Bobby Fischer

Estos días la prensa se hace eco de la muerte de Bobby Fischer, el más genial y también excéntrico y activista jugador de ajedrez del siglo XX.
Murió en Islandia de una larga enfermedad tras una vida que le llevó de campeón abanderado norteamericano en la guerra fría a renunciar a renunciar a su nacionalidad y vivir en la clandestinidad como prófugo de la justicia americana.
Me lo traigo al blog porque Fischer, como muchos grandes maestros de otras disciplinas, en realidad no poseía ningún secreto mágico para jugar al ajedrez. Sus partidas, analizadas una y mil veces en las revistas especializadas, demuestran que jugaba con una atención y precisión implacables incluso en las partidas en las que no se jugaba nada importante. Jugaba al ajedrez con esa elegancia que emana de las piezas de Mozart, simples en apariencia en sus principios, pero que luego resultan mucho más difíciles de interpretar de lo que uno esperaría.
Es cierto que Fisher perdió alrededor del 10% de las partidas que jugó profesionalmente y abandonó ~30%, lo cual lo situo por detrás de Capablanca que apenas perdió 35 de las más de 700 partidas que jugó durante su carrera. Pero no es menos cierto que Fisher prácticamente nunca abandonó sin lucha ni jugó a por puntos.
Es frecuente ver buscadores de oro perdiendo su tiempo en busca de la pizca de genialidad o información privilegiada que les dará el éxito. Pero la realidad es que vivimos en un mundo donde el 99% de la información que se necesita está ahí fuera y simplemente es cuestión de utilizarla con diligencia y contumacia.
En el ámbito militar, Hitler consideraba que Franco era un militar anodino y aburrido. Y a la vista está quién ganó y quién perdió sus respectivas guerras.
Con todo esto quiero llegar a la conclusión de que, como decía Bruce Lee, para mejorar quizá deberíamos simplemente pasar más tiempo entrenando, y menos tiempo aprendiendo técnicas secretas.
Hay miles que te dicen que no puede hacerse,
hay miles que profetizan el fracaso,
hay miles que te señalan uno por uno los peligros que esperan a asaltarte.
Pero tu ponte a trabajar con una sonrisa,
quítate el abrigo y ponte a ello.
Ponte a cantar mientras te enfrentas al asunto de que no puede hacerse.
Y lo harás.
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The path to power: the years of Lyndon Johnson (Robert A. Caro)

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