El pensamiento de la Gente del Libro

Hay dos clases de tipos peligrosos en esta vida: los que tienen un arma, y los que se han leído un libro.
El peligro de los segundos es la tendencia a convertir las ideas del libro en axiomas, y empezar a comportarse de tal manera que lo que dicta el libro va a misa, mientras que lo que indica el sentido común no va a ninguna parte.
La cadena de despropósitos, además, no alcanza sólo a sus propios actos, sino que, libro en mano, los creyentes se erigen en inquisidores de LA VERDAD descalificando y desacreditando a todo aquel que ponga en tela de jucio los dogmas escritos.
Para las cosas a las cuales el libro no da respuesta, sus seguidores se refieren entonces a la opinión de algún presunto gurú del tema que será tanto más creíble cuanto más parezca una vedette cargada de medallas.
La gente del libro, en general, no confía en su intuición, ni es capaz de realizar juicios sintéticos a partir de hechos fragmentados. Carecen de la capacidad para conectar ideas y cualquier ejercicio de creatividad sobre las verdades establecidas les parece una aberración.
Cuando se ven acorralados por las evidencias recurren a descalificar la fuente de los hechos con frases como «quién eres tu para hablar de eso» o «qué titulación tienes para creerte que sabes algo sobre este tema». O, incluso si lo anterior no es posible, directamente poniendo en duda la capacidad intelectual del crítico.
Sobran en las empresas aguilillas y superhachas de El Método. Hace unos meses escuché en una charla a un ponente decir que, para valorar una start-up sumaba 500.000€ por cada técnico estrella en plantilla y restaban 750.000€ por cada MBA. Aunque esto tiene más que ver con que las cosas que se enseñan en un MBA típico no son muy útiles en una start-up antes que con que los MBAs formen a gente con tendencia a no desarrollar juicio crítico. Casos los hay, desde luego, como cuando se puso de moda la Inteligencia Emocional y despidieron a todos los genios porque ninguno de ellos encajaba en el patrón de persona tranquila y emocionalmente estable que se supone que debe tener el empleado perfecto.

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